Isa Ibrahim Erimbaue era un árabe firme y decidido: jamás permitiría que el último de sus hijos, recién nacido, fuera registrado con la nacionalidad turca. Durante años su pueblo, ubicado en territorio de la actual Siria, había sido ocupado y sometido por los turcos otomanos y ahora que el imperio comenzaba a disolverse, Isa Ibrahim no iba a admitir que su hijo tuviera la nacionalidad de los opresores.
“Originalmente mi bisabuelo vivía en el pueblo de Antioquia, considerado territorio árabe-sirio”, dice Eliana Homssi, magister en historia y especialista en la inmigración árabe en Tucumán, además de ser descendiente de Ibrahim. “Luego de la Primera Guerra Mundial, el lugar fue incluído como parte del protectorado francés sobre Siria. Turquía no respetó el tratado y ocupó el territorio militarmente en 1919. Por eso mi bisabuelo, junto a su esposa y sus tres hijos se trasladaron a territorio bajo el protectorado francés”, relata.
El imperio Otomano, conocido como imperio Turco por sus contemporáneos, reinó durante seis siglos hasta ir disolviéndose tras la Primera Guerra Mundial. En su apogeo llegó a abarcar el sureste europeo, Cercano Oriente y el norte de África.
Durante su migración a tierras seguras, la familia de Ibrahim escondió al recién nacido en un canasto, para que en los distintos puestos de control nadie pudiera percatarse que el niño estaba indocumentado.
Tras llegar a destino, las cosas no fueron fáciles bajo el signo de la posguerra. El hombre debió tomar la decisión de abandonar a su familia para buscar un mejor destino, con la esperanza de enviarlos a buscar si las cosas iban mejor. Así llegó a Tucumán.
“Los primeros árabes llegaron a la provincia a partir de 1870 -dice Eliana-. En ese primer momento eran sobre todo intelectuales, políticos o periodistas perseguidos por el régimen otomano, pero más tarde, antes y después de la guerra, llegaron artesanos, trabajadores rurales, obreros; es decir, representantes de todos los estamentos sociales”.
Homssi detalla el contexto histórico en un informe publicado en el libro “Las Comunidades de Inmigrantes, mundo asociativo, fiestas y trabajo”, coordinado por Vanesa Teitelbaum.
“Para cuando mi abuelo llegó a Tucumán, ya vivían connacionales que prestaban apoyo a los nuevos inmigrantes -agrega-. Tengamos en cuenta que aquí había muchos españoles e italianos, estos migrantes tenían muchas similitudes con los criollos tanto en la religión, como en la lengua y en la lectoescritura. Para los árabes fue muy difícil la adaptación por el idioma y un alfabeto diferente”.
En el informe citado, la historiadora cuenta los gestos de solidaridad entre “paisanos”. El que ya estaba asentado brindaba empleo al recién llegado, o le prestaba un suma de dinero para que emprenda un negocio o bien le entregaba mercadería en consignación.
“La mayoría de los árabes en Tucumán se dedicaban al comercio -cuenta-. No es que todos los que llegaron sean comerciantes, pero probablemente era una actividad donde la comunicación era más sencilla y a su vez, les resultaba mucho más fácil aprender primero el sistema numérico”.
Según datos de la publicación, la afluencia de estos pueblos en las primeras oleadas estaba integrada sobre todo por individuos procedentes de la actual Siria, en su mayoría católicos ortodoxos; y de Líbano, en gran parte practicantes de la religión católica de rito maronita. Llegaban al país con el pasaporte emitido por el imperio Otomano y es por eso que erróneamente se les llamaba “turcos”.
“A los árabes que llegaban a Tucumán, les ofendía que los llamaran ‘turcos’, incluso eso suele suceder hasta hoy”, revela Homssi. “Muchas veces se confunde a los turcos musulmanes con árabes: los turcos corresponden a los pueblos indoeuropeos y pertenecen a un sistema ético lingüístico diferente a los árabes. Entre los pueblos árabes podemos destacar los sirios, los libaneses y los jordanos, entre otros”, añade la especialista.
Finalmente Ibrahim pudo asentarse y en muy poco tiempo traer a su familia. Incluso su último hijo todavía era un bebé pequeño cuando llegó a Tucumán con documentación emitida por el protectorado francés.
Sabores y aromas para viajar a Oriente Medio
Florencia Mejail recuerda un episodio clave: su padre encontró, entre antiguos papeles familiares, la receta que su abuela Emilia le había escrito hacía muchos años a su abuela Blanca. El documento explicaba cómo cocinar aristelos, o típicos dulces árabes de sémola.
Su padre le mostró el hallazgo: la hoja amarilla de tiempo y el texto manuscrito. Florencia leyó con atención y, como tratando de recuperar una escena del pasado, le pidió a su madre ayuda para cocinar la receta de la “sette” (abuela en árabe).
Ella intuía que en ese acto de cocinar rescataba y protegía algo de su legado: atesoraba sabores y aromas de su origen. Se sumergió, sin planearlo, en la arqueología de la cocina familiar hurgando en los secretos culinarios de sus tías y abuelas.
Florencia es tucumana y descendiente de árabes, actualmente es una de las más recomendadas cocineras y especialistas en la preparación de los platos de esta cultura en la provincia.
El mezze
“La manera de comer árabe no tiene un plato principal, sino que cuenta con el mezze -explica Mejail-. Consiste en disponer una gran cantidad de platos , además, la mayoría de estos platos son para comer con la mano. Esta forma de disponer la mesa está muy ligada a la hospitalidad, de esta manera las familias suelen demostrar la intención de atender bien a sus invitados y que estos disfruten de su compañía”.
El mezze se sirve en dos etapas. Primero los platos fríos como tabule, hummus, cuajada, kippe crudo y baba ganoush. Luego los calientes: sfijas, kippe al horno, niños envueltos o kebab, entre otros.
“En principio los platos se disponen de esta manera pero finalmente los comensales terminan por combinar unos con otros porque interactúan muy bien entre sí”, dice Mejail, que además de dedicarse a la actividad gastronómica es contadora pública nacional y comerciante.
“Algunos platos son muy populares actualmente, como el falafel, el hummus, el shawarma”, continúa. “En Tucumán, por ejemplo, todo el mundo conoce el kippe o las sfijas, incluso se venden en los supermercados y en algunos comercios, aunque no todos las preparan como en las familias descendientes de árabes”, detalla.
La historia de la familia de Florencia en Argentina también inicia en aquellos barcos de inmigrantes sirios escapando del rigor del imperio Otomano.
“Uno de mis abuelos desembarcó en el país con nueve años, solo y sin nada”, revela. “El padre de mi otro abuelo, fue uno de los sobrevivientes del Genocidio Armenio”. Ese hecho ocurrió entre 1915 y 1923, cuando los otomanos causaron la muerte de más de millón y medio de armenios. Ambos hombres pudieron sobreponerse a las adversidades y formar prósperas familias integradas a la sociedad local.
En pleno Tucumán, los sabores y aromas de oriente medio convivieron con Florencia desde la infancia. “Tiene tanto que ver con nuestra historia que hacer esto te acerca a entender tu origen. Mi abuelo Juan decía: que si no sabés de dónde venís, no sabés quién sos”, manifiesta emocionada.
“Por eso para mí no hay mejor halago a mis comidas que cuando me dicen ‘me recuerda a la cocina de mi sette’”, concluye.
Otros datos
Los árabes fueron el tercer grupo en cuanto a cantidad de inmigrantes en la provincia
En el libro “Las comunidades de inmigrantes”, Eliana Homssi detalla que entre 1881 y 1914 arribaron a Argentina alrededor de cuatro millones de inmigrantes de distintas nacionalidades, llegando a conformar el 30% de la población. El grupo más numeroso era el italiano, seguidos por españoles, franceses, rusos y árabes provenientes de la región que actualmente conocemos con el nombre de Siria y Líbano. En Tucumán, el 50% de los extranjeros eran españoles, el 24% italianos y el tercer lugar estaba ocupado por los inmigrantes que ingresaron con el pasaporte otomano (árabes sirios y libaneses), siendo estos últimos alrededor del 13%. “La comunidad árabe en Tucumán no solo es muy numerosa sino que se adapto e integró fuertemente con la sociedad local”, dice Alejandro Laso, integrante de la comisión directiva de la Sociedad Sirio Libanesa de Tucumán, fundada en 1925. “Según algunos datos que revisamos es probable que un tercio de la población de la provincia tenga algún antepasado árabe”, asegura. Los motivos de la inmigración siria y libanesa se debieron al penoso estado en el que vivían como pueblo ocupado y dominado por el imperio turco otomano, según explica el informe de Eliana Homssi. “Muchos jóvenes migraban para evitar ser reclutados por el ejército turco”, cuenta Marcelo Chain, presidente de la Casa Libanesa de Tucumán, que recibe a LA GACETA acompañado de Ricardo Saleme, expresidente de la institución y el padre Charbel El Alam, que preside la parroquia maronita Nuestro Señor del Milagro y San Marón. “Era muy común que el padre y los hijos mayores de 15 años emigren para evitar la guerra y luego de asentarse, buscaban la manera de traer al resto de la familia”, cuenta. Hoy, luego de muchos años, los actuales conflictos geopolíticos, bélicos y económicos son motivo de nuevas migraciones en estos países de Oriente.